QUIÉNES SOMOS

Los X fiAdos somos un equipo de trabajo que organiza recitales para personas cuyas vidas están lejos de la música.

Los recitales están a cargo de músicos que sienten que su música debe llegar a la gente que la necesita.

Lugares para los recitales: paradores nocturnos, hospitales psiquiátricos, penales, hogares para personas con necesidades especiales, centros de alojamiento para chicos en problemas.

X fiAdos no tiene relación con iglesias ni gobiernos.


lunes, 29 de noviembre de 2010

Gracias Colombia - Recital de La Delio Valdez en la Unidad 20 del Hospital Borda


El Borda, Hospital Pisquiátrico “José T. Borda”, era un viejo conocido mío. Alguna vez pasé por la puerta, de adolescente, y sentí un golpe de espanto consumado e infinito, que me atraía con firmeza cerrada. Años después internaron allí a mi primo, que hasta entonces vivía conmigo, y yo fui a visitarlo cada semana. En esa época el Borda se me hizo familiar, lo que pasados diez años descubrí que seguía intacto, cuando participé de El Bancadero, una peña de tango y folklore que inventó Alfredo Moffat. Un grupo de estudiantes de psicología y otros voluntarios plantábamos en algún lugar del vasto parque un enclave de la Argentina más cotidiana, lo que atraía a una muchedumbre de internados. Moffat estaba seguro de que los pacientes no eran irrecuperables, sino que se los hacía irrecuperables al tratárselos como tales, y tenía la idea de que entrar en contacto con objetos muy cargados de sentido social (la bandera argentina, el tango, pastelitos, un boliche, una kermesse, la zamba) sacaría a muchos internos del estado catatónico al devolverles la red que una vez los contuvo.
Quizás Moffat había resulto algo, o quizás no, pero hizo algo. Yo tenía algo que resolver con la locura. Y aquí estaba nuevamente, Hospital Borda, miércoles 24 de noviembre de 2010, con 48 años, encarando el asunto con los X fiAdos, el suculento grupo que se armó para llevar músicos a tocar para gente que está en problemas.
Los internos del Borda no están encerrados, pero sí los que están en la Unidad Penal 20, enclavada dentro del hospital. Para ellos organizábamos el recital. Mientras esperábamos para entrar, la puerta de la unidad se abrió y tres guardias fornidos y armados con grandes armas negras sacaron a un muchacho. Lo llevaban con las manos atrás, unidas con unas esposas. Por algún motivo me quedé fijo en el metal de las esposas. Tenía atrapadas las muñecas con determinación tan atroz la de una mente que no entra en casilla atrapa a una persona.

Los X fiAdos llegamos antes que la banda, la Delio Valdez. Querían ir todos los X fiAdos, pero por seguridad el cupo era restringido y sólo entramos Juan, Liz Taylor, Tomate, Lucas y yo. Luego de ver al de las esposas, los guardias del Servicio Penitenciario nos requisaron acabadamente. Para casi todos era la primera vez que pasábamos por la experiencia de entrar en una cárcel; la requisa nos regaló la conciencia rotunda de dónde estábamos.
Desde un rato antes, con una amabilidad que nos hacía sentir mejores personas que las que somos, nos estaban recibiendo Fernando Levaggi, Mariana y otros profesionales del área de Educación de la Unidad 20. Gente que está cada día en el ojo del huracán que en una semana le volaría la cabeza a Michel Foucault.
Entramos finalmente al patio donde se haría el recital, un rectángulo de 40 por 15 metros, con construcciones de una planta en los extremos, otra de dos pisos en uno de los lados y un muro de tres metros en el otro. Había un sector de pasto y bancos bajo un techo que cubría la franja central del patio todo a lo largo. El resto del cielo estaba cubierto por alambre tejido de rombos. Al patio daban la Escuela Especial para Adultos Unidad 20 “Dr. Lucio Meléndez” y una capilla. Estaba dignamente mantenido. En una pared había una virgen, en el extremo que daba a la escuela se exhibía una tela que algunos internos habían pintado con un grupo de Cáritas, la organización benefactora de la Iglesia Católica. Era una especie de mural, aunque más era una bandera en la que estallaban en estridentes colores primarios dibujos, muchos nombres y más que nombres, estampas de palmas de los dedos bien abiertos. Dominando el conjunto estaba la palabra LIBERACION. Voy a soñar con esa palabra, pensé, y con las esposas. Desde el interior del patio se veía, sobre el muro, la parte superior de las copas de los árboles y una parte de un tanque de agua. El tanque estaría siempre igual, pero las copas debían cambiar a lo largo del año. Una de las copas era la nube lila en que se convierte un jacarandá durante los últimos dos meses de la primavera; será verde como los demás en enero.
Mariana nos informó sobre los internos. Algunos pasaban poco tiempo, otros estaban desde hace años. Algunos eran liberados y volvían poco después, “ni siquiera porque hagan cosas graves, más bien porque ya están en la vía”. La mayoría no tenía dónde ir cuando salía. Muchos la pasaban mejor en la Unidad. Algunos iban a los paradores nocturnos. En la Unidad 20 estaban divididos en tres sectores. Mariana tenía a cargo la iniciación de los analfabetos, mientras la mayoría estaba en el nivel de educación primaria. Mariana nos señaló a los que estaban en el taller de música y nos contó que también hay talleres de gimnasia (allí el profesor era Juanjo, a quien conocimos en la visita preparatoria al recital) y de fotografía, cuyos asistentes eran los dos que andaban con cámaras.
Los del taller de fotografía se mezclaban con los pocos que aguardaban en el patio, con ciertas ansias, el recital. Fernando Levaggi nos contó que unas semanas atrás Lito Cruz había ofrecido un espectáculo de tango. Entre los que estaban, uno tenía la camiseta de Boca, otro la de River, otro la de Argentina. Muy pocos estaban en aquel estado semicatatónico que motivó a El Bancadero. Se le ordenó a alguien acomodar las sillas para el recital y la tarea fue concluida diligentemente. Nosotros no hablábamos con los internos. Yo no quería observarlos como monos; habría sido indecente aprovecharme de que estaban encerrados para mirarlos, o cobrarles en moneda de intrusión el haber llevado música. Sin embargo, me costaba mucho refrenar mi inquietud por captar qué era lo característico en ellos. Mi mente me decía que debía haber algo y me ordenaba descubrir qué era. Estaban muy claros los devastadores síntomas de los medicamentos y estaba el detalle trágico de que no usaban cinturones, pero yo buscaba una clave, la explicación maestra a por qué una persona está catalogada como loca. La necesitaba.
Cuando apareció un grupo por la puerta de salida al patio escuché que alguien dijo “llegaron los músicos” y otro que contradijo “no, son los internos del otro sector, que terminaron la clase”. Yo, que no conocía a los muchachos de la banda, ya estaba presentándome con uno y agradeciéndole por haber venido, y los dos comentarios me refrenaron. Seguí saludando uno por uno con entrega de anfitrión entusiasta, aunque intentaba con mayor concentración discernir si el tipo al que estrechaba la mano era de afuera o de adentro. La verdad es que habían entrado mezclados y la única manera de distinguirlos fue percibir quiénes me saludaban naturalmente y quiénes hacían una pausa para mirarme algo fijamente para averiguar si yo era, bien un loco efusivo que se creía el Jefe de Protocolo del Borda, bien un fulano de la organización que los convocó.
Casi al mismo tiempo entraron las personas de Cáritas que iban cada semana y rápidamente se mezclaron con los internos, quienes los saludaron con confianza, muchos con alegría; se demoraban charlando con uno u otro, saludaban de lejos a un grupito de tres muchachos cubiertos de tatuajes, se sentaban junto a uno que tomaba mate. Al rato me acerqué al grupo de Cáritas, les dejé una tarjeta y entendí que en otra oportunidad seguramente podríamos hablar. El tema de la caridad, sus formas y sus motivaciones, es tema de debate entre los X fiAdos; en esta oportunidad alguien observó “están acá”, con énfasis en “están”, y todos estuvimos de acuerdo. Además, estaba en la bandera que los de Cáritas habían propiciado la palabra LIBERACIÓN, que podía ser sólo una propuesta religiosa, pero es una palabra que fácilmente se sale de cauce para llenarse de sentidos movilizadores, convocantes y, como dice mi amigo el cura Hugo Mujica, originarios.
Finalmente el patio se había nutrido de mucha gente, unas 70 u 80 personas. Habían llegado más guardias (algunos andaban de a pares, lentamente, por el techo mostrando armas que debían pesar kilos) y había salido todo el personal de la escuela. Todos observamos a La Delio Valdez ultimando los detalles para el concierto. Es una banda de chicos muy jóvenes. Formaba con dos trompetas (una de Santiago Aragón, la otra de Pablo Vázquez Reyna), Manuel Cibrián en guitarra y voz, León Podolski en bajo, Milton Rodríguez en trombón, Santiago Moldovan en clarinete, José Luis Lazo en bongó, Tomás Arístide en congas, Pedro Rodríguez en timbaletas y campanas y Guillermo Pérez Vachini en güiro y maracas.

Mientras ajustaban los instrumentos y el sonido, me asaltó la idea de que distinguía a muchos de los internos algún desencaje. Pensé que tenían la boca, el andar o la expresión, notable o imperceptiblemente, desencajada. La mandíbula, la manera de bailar, la expresión. Interrumpió estas cavilaciones un golpe de música que electrizó el aire.
Cuando empezó a sonar, a resonar, a llenar el espacio del patio y de la realidad una rotunda cumbia colombiana, un interno invitó a bailar a Liz Taylor instantáneamente —bueno, quizás estuviera esperando el momento. En otro lugar se largó a bailar solo el muchacho de la camiseta de Argentina. Bailaba soberbiamente, haciendo un paso que a la vez era muy familiar e indescifrable, en el mismo altísimo nivel de la banda. Más allá vi que Mariana había travesado el patio, se había metido entre el público sentado en las sillas y tomado de la mano a un muchacho gigantesco, con unos pequeños ojos y un aspecto general de criatura Pókemon. Lo llevó hasta donde bailaban los demás y el muchacho bailó. Más tarde observé cómo miraba a Mariana: sonriéndole con una sonrisa de una inocencia que resultaba algo parecido a un tormento (“le gusta bailar, me explicó Mariana, y si no lo llevo, no va”). ¿Cómo había llegado ese muchacho a la Unidad 20?
En tanto, La Delio Valdez sonaba como el estampido de una batalla en el Reino Mítico de Alegría. Cada acorde, cada melodía que hacían los vientos, cada staccato de las campanas, el trote perfecto del bajo, el ritmo suelto de la guitarra, el diálogo entre congas y bongó, el conjunto arreglado con precisión y creatividad fascinantes, sacudían las moléculas del aire, de los colores de la Virgen de la pared, de las miradas de los internos, los maestros, los guardias, los X fiAdos, de las rejas de las ventanas, de la tela que sostenía LIBERACIÓN, dentro de la caja de mi cuerpo, de mis pensamientos, como debía sucederle a los demás. No resonaba sólo por el volumen, sino sobre todo por la calidad. Los muchachos de La Delio Valdez no fueron a dar algo que les sobraba, un producto sin alma, sino que pusieron lo mejor que tenían. X fiAdos entiende que entre las cosas que una persona puede hacer con su producción más plena, la música en este caso, quizás la más sublime sea mezclarlas con la necesidad que tienen otros de esa producción. Entre lo que yo hago y lo que otro hace con lo que yo hago, se genera una obra singular. Fernando Levaggi explicaría que el concierto le daría a los internos algo diferente a la rutina que los apresa; “se van a ir a dormir con otra cosa”. Esa otra cosa no sólo habría sido el retumbar de las cumbias, sino el viento que salió del alma de los músicos. Y si ellos no tuvieron mérito sobre ese viento, porque ese viento es Dios, o lo que sea, sí fueron responsables por estar allí y por tocar con la calidad suprema con que lo hicieron.
Yo no podía salir de mi asombro ante la sublime impecabilidad de la ejecución de La Delio Valdez. Me preguntaba de dónde salían esos músicos, cómo era posible que chicos tan chicos tocaran con la sabiduría técnica que mi cabeza sólo concebía en músicos con muchos años de escenarios y salas de ensayo. Tocaban la cumbia como sólo pensé que podían tocarla los colombianos nacidos en Cartagena, Santa Marta, Rioacha, Valledupar; hijos, nietos, biznietos de los cumbiancheros genéticos de Magdalena y Barranquilla. Estos chicos, me dijo alguien, podrían estar haciendo este mismo recital en un festival de música latina en París o en un festival de la cumbia en Bogotá.

Ahora todos están bailando. Algunos internos bailan con las chicas de Cáritas, otros solos, o con Liz Taylor, en un momento hacen una ronda, un trencito, algunos bailan entre ellos. Uno baila con una de esas sonrisas imborrables, la del gol de tu equipo, la del papá con el hijo; sonríe, mueve las manos hacia arriba en el aire, hacia el sol, y mira el sol. Baila con el sol. Siento un agradecimiento muy grande a la banda y a los colombianos, porque inventaron esta música, quisiera tener aquí a mis amigos colombianos, a Conchi, a Chicho, a Fernanda, abrazarlos y pedirles que miren cómo su música hace dichosos a unos desgraciados, doblemente confinados por locos pobres y por delincuentes pobres. Veo que algunos se abrazan como si entendieran lo que siento. Se abrazan, se quieren en este momento, en cualquier sentido, qué importa. El chico de las timbaletas, de chivita y colita en lo alto de la cabeza, algo extravagante, hermoso, dice “gracias por recibirnos”. Lo miro y sé que siente lo que yo siento con los colombianos. Y el gran bailarín de la camiseta de Argentina no puede parar. En un momento nos contó por qué está allí, nos dijo que San La Muerte le mantiene dentro del estómago el dedo tatuado de un niño. Pero ahora está bailando con la soltura y la belleza de las llamas de un fuego. Lo observo y descubro al fin qué ritmo es el que baila: una combinación muy elaborada de cumbia y murga de Buenos Aires. Ha inventado un paso perfectamente argentino, mucho más genuino de estos días que el gato, el cielito o el tango. Lo ha inventado con los retazos que la da la realidad y con su entrega.
Es la misma entrega del que baila mirando al sol y la misma entrega de los chicos de La Delio Valdez, y de Liz Taylor y las chicas de Cáritas y de todos los internos que bailan: una entrega total. Se funde bailando, con el piso, con el aire, con todos, porque entrega su cuerpo a la música. Es la pura entrega. En eso no hay diferencia entre los de afuera y los de adentro.

Gustavo Ng

Foto: Elizabeth Taylor

Los X fiAdos agradecen también a Francisco Lichinchi, representante de La Delio Valdez, su gestión para que el recital fuera posible.


Usté coge sillón y pónselo a la burrita,
ponselo a la burrita, pónselo a la burrita.

Usté coge el machete y me pego en su vainita,
me pego en su vainita, me pego en su vainita.

Ve usté que va a llover y el camino es culebrero,
el camino es culebrero, el camino es culebrero.

Pero como me voy yo me pongo mi sobrero,
me pongo mi sombrero, me pongo mi sombrero.

Bueno pues, llegó el momento de la sabrosura.

Foto: Elizabeth Taylor

Foto: Elizabeth Taylor





2 comentarios:

  1. gustavo, leer tu crónica fue como revivir ese momento tan intenso y hermoso que vivimos aquella tarde... y lo mejor es que cada vez que lo quiera recordar, tal cual fue, voy a volver a leerlo.
    gracias
    gran abrazo
    Fran, de la delio

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  2. gustavo,me hubiese gustado estar allí y compartir emociones que puedo imaginar gracias a tu valiosa descripción.¡¡cuanta energía intensa y positiva trasmiten tus palabras. Gracias!!!soy Rosita

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