QUIÉNES SOMOS

Los X fiAdos somos un equipo de trabajo que organiza recitales para personas cuyas vidas están lejos de la música.

Los recitales están a cargo de músicos que sienten que su música debe llegar a la gente que la necesita.

Lugares para los recitales: paradores nocturnos, hospitales psiquiátricos, penales, hogares para personas con necesidades especiales, centros de alojamiento para chicos en problemas.

X fiAdos no tiene relación con iglesias ni gobiernos.


lunes, 29 de noviembre de 2010

Gracias Colombia - Recital de La Delio Valdez en la Unidad 20 del Hospital Borda


El Borda, Hospital Pisquiátrico “José T. Borda”, era un viejo conocido mío. Alguna vez pasé por la puerta, de adolescente, y sentí un golpe de espanto consumado e infinito, que me atraía con firmeza cerrada. Años después internaron allí a mi primo, que hasta entonces vivía conmigo, y yo fui a visitarlo cada semana. En esa época el Borda se me hizo familiar, lo que pasados diez años descubrí que seguía intacto, cuando participé de El Bancadero, una peña de tango y folklore que inventó Alfredo Moffat. Un grupo de estudiantes de psicología y otros voluntarios plantábamos en algún lugar del vasto parque un enclave de la Argentina más cotidiana, lo que atraía a una muchedumbre de internados. Moffat estaba seguro de que los pacientes no eran irrecuperables, sino que se los hacía irrecuperables al tratárselos como tales, y tenía la idea de que entrar en contacto con objetos muy cargados de sentido social (la bandera argentina, el tango, pastelitos, un boliche, una kermesse, la zamba) sacaría a muchos internos del estado catatónico al devolverles la red que una vez los contuvo.
Quizás Moffat había resulto algo, o quizás no, pero hizo algo. Yo tenía algo que resolver con la locura. Y aquí estaba nuevamente, Hospital Borda, miércoles 24 de noviembre de 2010, con 48 años, encarando el asunto con los X fiAdos, el suculento grupo que se armó para llevar músicos a tocar para gente que está en problemas.
Los internos del Borda no están encerrados, pero sí los que están en la Unidad Penal 20, enclavada dentro del hospital. Para ellos organizábamos el recital. Mientras esperábamos para entrar, la puerta de la unidad se abrió y tres guardias fornidos y armados con grandes armas negras sacaron a un muchacho. Lo llevaban con las manos atrás, unidas con unas esposas. Por algún motivo me quedé fijo en el metal de las esposas. Tenía atrapadas las muñecas con determinación tan atroz la de una mente que no entra en casilla atrapa a una persona.

Los X fiAdos llegamos antes que la banda, la Delio Valdez. Querían ir todos los X fiAdos, pero por seguridad el cupo era restringido y sólo entramos Juan, Liz Taylor, Tomate, Lucas y yo. Luego de ver al de las esposas, los guardias del Servicio Penitenciario nos requisaron acabadamente. Para casi todos era la primera vez que pasábamos por la experiencia de entrar en una cárcel; la requisa nos regaló la conciencia rotunda de dónde estábamos.
Desde un rato antes, con una amabilidad que nos hacía sentir mejores personas que las que somos, nos estaban recibiendo Fernando Levaggi, Mariana y otros profesionales del área de Educación de la Unidad 20. Gente que está cada día en el ojo del huracán que en una semana le volaría la cabeza a Michel Foucault.
Entramos finalmente al patio donde se haría el recital, un rectángulo de 40 por 15 metros, con construcciones de una planta en los extremos, otra de dos pisos en uno de los lados y un muro de tres metros en el otro. Había un sector de pasto y bancos bajo un techo que cubría la franja central del patio todo a lo largo. El resto del cielo estaba cubierto por alambre tejido de rombos. Al patio daban la Escuela Especial para Adultos Unidad 20 “Dr. Lucio Meléndez” y una capilla. Estaba dignamente mantenido. En una pared había una virgen, en el extremo que daba a la escuela se exhibía una tela que algunos internos habían pintado con un grupo de Cáritas, la organización benefactora de la Iglesia Católica. Era una especie de mural, aunque más era una bandera en la que estallaban en estridentes colores primarios dibujos, muchos nombres y más que nombres, estampas de palmas de los dedos bien abiertos. Dominando el conjunto estaba la palabra LIBERACION. Voy a soñar con esa palabra, pensé, y con las esposas. Desde el interior del patio se veía, sobre el muro, la parte superior de las copas de los árboles y una parte de un tanque de agua. El tanque estaría siempre igual, pero las copas debían cambiar a lo largo del año. Una de las copas era la nube lila en que se convierte un jacarandá durante los últimos dos meses de la primavera; será verde como los demás en enero.
Mariana nos informó sobre los internos. Algunos pasaban poco tiempo, otros estaban desde hace años. Algunos eran liberados y volvían poco después, “ni siquiera porque hagan cosas graves, más bien porque ya están en la vía”. La mayoría no tenía dónde ir cuando salía. Muchos la pasaban mejor en la Unidad. Algunos iban a los paradores nocturnos. En la Unidad 20 estaban divididos en tres sectores. Mariana tenía a cargo la iniciación de los analfabetos, mientras la mayoría estaba en el nivel de educación primaria. Mariana nos señaló a los que estaban en el taller de música y nos contó que también hay talleres de gimnasia (allí el profesor era Juanjo, a quien conocimos en la visita preparatoria al recital) y de fotografía, cuyos asistentes eran los dos que andaban con cámaras.
Los del taller de fotografía se mezclaban con los pocos que aguardaban en el patio, con ciertas ansias, el recital. Fernando Levaggi nos contó que unas semanas atrás Lito Cruz había ofrecido un espectáculo de tango. Entre los que estaban, uno tenía la camiseta de Boca, otro la de River, otro la de Argentina. Muy pocos estaban en aquel estado semicatatónico que motivó a El Bancadero. Se le ordenó a alguien acomodar las sillas para el recital y la tarea fue concluida diligentemente. Nosotros no hablábamos con los internos. Yo no quería observarlos como monos; habría sido indecente aprovecharme de que estaban encerrados para mirarlos, o cobrarles en moneda de intrusión el haber llevado música. Sin embargo, me costaba mucho refrenar mi inquietud por captar qué era lo característico en ellos. Mi mente me decía que debía haber algo y me ordenaba descubrir qué era. Estaban muy claros los devastadores síntomas de los medicamentos y estaba el detalle trágico de que no usaban cinturones, pero yo buscaba una clave, la explicación maestra a por qué una persona está catalogada como loca. La necesitaba.
Cuando apareció un grupo por la puerta de salida al patio escuché que alguien dijo “llegaron los músicos” y otro que contradijo “no, son los internos del otro sector, que terminaron la clase”. Yo, que no conocía a los muchachos de la banda, ya estaba presentándome con uno y agradeciéndole por haber venido, y los dos comentarios me refrenaron. Seguí saludando uno por uno con entrega de anfitrión entusiasta, aunque intentaba con mayor concentración discernir si el tipo al que estrechaba la mano era de afuera o de adentro. La verdad es que habían entrado mezclados y la única manera de distinguirlos fue percibir quiénes me saludaban naturalmente y quiénes hacían una pausa para mirarme algo fijamente para averiguar si yo era, bien un loco efusivo que se creía el Jefe de Protocolo del Borda, bien un fulano de la organización que los convocó.
Casi al mismo tiempo entraron las personas de Cáritas que iban cada semana y rápidamente se mezclaron con los internos, quienes los saludaron con confianza, muchos con alegría; se demoraban charlando con uno u otro, saludaban de lejos a un grupito de tres muchachos cubiertos de tatuajes, se sentaban junto a uno que tomaba mate. Al rato me acerqué al grupo de Cáritas, les dejé una tarjeta y entendí que en otra oportunidad seguramente podríamos hablar. El tema de la caridad, sus formas y sus motivaciones, es tema de debate entre los X fiAdos; en esta oportunidad alguien observó “están acá”, con énfasis en “están”, y todos estuvimos de acuerdo. Además, estaba en la bandera que los de Cáritas habían propiciado la palabra LIBERACIÓN, que podía ser sólo una propuesta religiosa, pero es una palabra que fácilmente se sale de cauce para llenarse de sentidos movilizadores, convocantes y, como dice mi amigo el cura Hugo Mujica, originarios.
Finalmente el patio se había nutrido de mucha gente, unas 70 u 80 personas. Habían llegado más guardias (algunos andaban de a pares, lentamente, por el techo mostrando armas que debían pesar kilos) y había salido todo el personal de la escuela. Todos observamos a La Delio Valdez ultimando los detalles para el concierto. Es una banda de chicos muy jóvenes. Formaba con dos trompetas (una de Santiago Aragón, la otra de Pablo Vázquez Reyna), Manuel Cibrián en guitarra y voz, León Podolski en bajo, Milton Rodríguez en trombón, Santiago Moldovan en clarinete, José Luis Lazo en bongó, Tomás Arístide en congas, Pedro Rodríguez en timbaletas y campanas y Guillermo Pérez Vachini en güiro y maracas.

Mientras ajustaban los instrumentos y el sonido, me asaltó la idea de que distinguía a muchos de los internos algún desencaje. Pensé que tenían la boca, el andar o la expresión, notable o imperceptiblemente, desencajada. La mandíbula, la manera de bailar, la expresión. Interrumpió estas cavilaciones un golpe de música que electrizó el aire.
Cuando empezó a sonar, a resonar, a llenar el espacio del patio y de la realidad una rotunda cumbia colombiana, un interno invitó a bailar a Liz Taylor instantáneamente —bueno, quizás estuviera esperando el momento. En otro lugar se largó a bailar solo el muchacho de la camiseta de Argentina. Bailaba soberbiamente, haciendo un paso que a la vez era muy familiar e indescifrable, en el mismo altísimo nivel de la banda. Más allá vi que Mariana había travesado el patio, se había metido entre el público sentado en las sillas y tomado de la mano a un muchacho gigantesco, con unos pequeños ojos y un aspecto general de criatura Pókemon. Lo llevó hasta donde bailaban los demás y el muchacho bailó. Más tarde observé cómo miraba a Mariana: sonriéndole con una sonrisa de una inocencia que resultaba algo parecido a un tormento (“le gusta bailar, me explicó Mariana, y si no lo llevo, no va”). ¿Cómo había llegado ese muchacho a la Unidad 20?
En tanto, La Delio Valdez sonaba como el estampido de una batalla en el Reino Mítico de Alegría. Cada acorde, cada melodía que hacían los vientos, cada staccato de las campanas, el trote perfecto del bajo, el ritmo suelto de la guitarra, el diálogo entre congas y bongó, el conjunto arreglado con precisión y creatividad fascinantes, sacudían las moléculas del aire, de los colores de la Virgen de la pared, de las miradas de los internos, los maestros, los guardias, los X fiAdos, de las rejas de las ventanas, de la tela que sostenía LIBERACIÓN, dentro de la caja de mi cuerpo, de mis pensamientos, como debía sucederle a los demás. No resonaba sólo por el volumen, sino sobre todo por la calidad. Los muchachos de La Delio Valdez no fueron a dar algo que les sobraba, un producto sin alma, sino que pusieron lo mejor que tenían. X fiAdos entiende que entre las cosas que una persona puede hacer con su producción más plena, la música en este caso, quizás la más sublime sea mezclarlas con la necesidad que tienen otros de esa producción. Entre lo que yo hago y lo que otro hace con lo que yo hago, se genera una obra singular. Fernando Levaggi explicaría que el concierto le daría a los internos algo diferente a la rutina que los apresa; “se van a ir a dormir con otra cosa”. Esa otra cosa no sólo habría sido el retumbar de las cumbias, sino el viento que salió del alma de los músicos. Y si ellos no tuvieron mérito sobre ese viento, porque ese viento es Dios, o lo que sea, sí fueron responsables por estar allí y por tocar con la calidad suprema con que lo hicieron.
Yo no podía salir de mi asombro ante la sublime impecabilidad de la ejecución de La Delio Valdez. Me preguntaba de dónde salían esos músicos, cómo era posible que chicos tan chicos tocaran con la sabiduría técnica que mi cabeza sólo concebía en músicos con muchos años de escenarios y salas de ensayo. Tocaban la cumbia como sólo pensé que podían tocarla los colombianos nacidos en Cartagena, Santa Marta, Rioacha, Valledupar; hijos, nietos, biznietos de los cumbiancheros genéticos de Magdalena y Barranquilla. Estos chicos, me dijo alguien, podrían estar haciendo este mismo recital en un festival de música latina en París o en un festival de la cumbia en Bogotá.

Ahora todos están bailando. Algunos internos bailan con las chicas de Cáritas, otros solos, o con Liz Taylor, en un momento hacen una ronda, un trencito, algunos bailan entre ellos. Uno baila con una de esas sonrisas imborrables, la del gol de tu equipo, la del papá con el hijo; sonríe, mueve las manos hacia arriba en el aire, hacia el sol, y mira el sol. Baila con el sol. Siento un agradecimiento muy grande a la banda y a los colombianos, porque inventaron esta música, quisiera tener aquí a mis amigos colombianos, a Conchi, a Chicho, a Fernanda, abrazarlos y pedirles que miren cómo su música hace dichosos a unos desgraciados, doblemente confinados por locos pobres y por delincuentes pobres. Veo que algunos se abrazan como si entendieran lo que siento. Se abrazan, se quieren en este momento, en cualquier sentido, qué importa. El chico de las timbaletas, de chivita y colita en lo alto de la cabeza, algo extravagante, hermoso, dice “gracias por recibirnos”. Lo miro y sé que siente lo que yo siento con los colombianos. Y el gran bailarín de la camiseta de Argentina no puede parar. En un momento nos contó por qué está allí, nos dijo que San La Muerte le mantiene dentro del estómago el dedo tatuado de un niño. Pero ahora está bailando con la soltura y la belleza de las llamas de un fuego. Lo observo y descubro al fin qué ritmo es el que baila: una combinación muy elaborada de cumbia y murga de Buenos Aires. Ha inventado un paso perfectamente argentino, mucho más genuino de estos días que el gato, el cielito o el tango. Lo ha inventado con los retazos que la da la realidad y con su entrega.
Es la misma entrega del que baila mirando al sol y la misma entrega de los chicos de La Delio Valdez, y de Liz Taylor y las chicas de Cáritas y de todos los internos que bailan: una entrega total. Se funde bailando, con el piso, con el aire, con todos, porque entrega su cuerpo a la música. Es la pura entrega. En eso no hay diferencia entre los de afuera y los de adentro.

Gustavo Ng

Foto: Elizabeth Taylor

Los X fiAdos agradecen también a Francisco Lichinchi, representante de La Delio Valdez, su gestión para que el recital fuera posible.


Usté coge sillón y pónselo a la burrita,
ponselo a la burrita, pónselo a la burrita.

Usté coge el machete y me pego en su vainita,
me pego en su vainita, me pego en su vainita.

Ve usté que va a llover y el camino es culebrero,
el camino es culebrero, el camino es culebrero.

Pero como me voy yo me pongo mi sobrero,
me pongo mi sombrero, me pongo mi sombrero.

Bueno pues, llegó el momento de la sabrosura.

Foto: Elizabeth Taylor

Foto: Elizabeth Taylor





domingo, 28 de noviembre de 2010

Mañana de domingo, Radio Ska en el Sanmar


Luego de montones de llamadas, reuniones, gestiones, ilusiones y planes hechos y desechos una y otra vez, llego el gran día en que empezamos a realmente vivir el momento tan esperado: Llevar a Radio Ska al San Mar.

El domingo 21 de Noviembre del 2010, el gran día, comenzaría a las 8:30 hablando con José, el chofer del San Mar, que desde hace 20 años aproximadamente, maneja una Traffic llevando los pibes a Tribunales a realizar todo tipo de trámites judiciales. José pertenece al personal del servicio penitenciario, pero también, pertenece a ese gran club de personas interminablemente agradables y solidarias que luego conoceríamos en el San mar. Lo comprobaríamos en su mirada, sus comentarios, su calidez. Estrecharíamos rápidamente conversaciones cercanas acerca de nuestras vidas. Será agradable descubrir que a lo largo del día, no habrá persona con la que no nos pase lo mismo en el San Mar. Cargamos los equipos y arrancamos 9 y diez.

Estamos llegando. "Natalia, prefiero mi locura antes que tu falso amor" reza un grafitti pintado en la pared del San Mar. Nos descomponemos de la risa. Lo bien que nos hace. Minutos antes José nos las había borrado sin ánimo de hacerlo, al responder nuestras preguntas. José nos cuenta que entre la población del San Mar suele haber chicos a los que por ejemplo un cabo le metió 8 balas, y no murió. Y vivió, y fue derivado al San Mar, que lo recibió con los brazos abiertos. Todos teníamos en ese momento 8 balas en el cuerpo. No había risas, sino una humedad en los ojos, y algo que dolía por dentro. Tenés que tener ganas de ponerle 8 balas a un pibe. "Anoche fue internado uno que hoy no va a estar" dice José, y explica que es porque recibió una bala en la cabeza, que a pesar de que se la sacaron, tuvieron que abrirlo de nuevo, porque no soportaba el dolor de cabeza. Algo no había quedado bien ahí adentro, y tuvo que ser intervenido nuevamente. Pensé si Radio Ska no lograría sacarle ese ruido con la música.

Foto: Elizabeth Taylor

 Entramos al San Mar, al descender José nos dice "me encanta el humor que tienen". A nosotros también nos encanta el humor de Josef. Seguirá transportar las cosas hasta el lugar de los hechos. Seguirán los chistes. Seguirá conocer personas que trabajan en la institución. Encontrarnos con Paula la vicedirectora, que nos llevara a recorrer el San Mar por expreso pedido nuestro. Ella encantada accederá, y lo hará con gusto. Caminaremos, hablaremos. Eli sacara fotos en zonas lugares y cosas. Juan hará preguntas una y otra vez, y cada vez mas profundas. Yo, el tercero de los Xfiados presentes, también haré y me haré preguntas. Todo será casi cinematográfico. El San Mar tiene una escuela, enfermería, odontólogo, un playón para hacer deportes, paredes intervenidas con murales a lo largo y a lo ancho de toda la institución. Un gran comedor. Tiene muchas cosas que no recuerdo ahora, pero que están en optimo estado. Que te alegran el recorrido. Nadie usa armas, a pesar de que deberían o podrían. El lugar es limpio, es lindo. Pronto va a haber una pileta de natación. Todos son como José. No miento. Todos son como José. O sea. Nadie que trabaje allí permitiría que un pibe la pase mal. Todos aman este trabajo. Eso sentimos. Eso nos hacen sentir. Terminamos la recorrida. Vamos al chino de a la vuelta, compramos una coca. Estamos impactados. Estamos tranquilos. Todo el sonido esta armado y en su lugar. Quedamos en la puerta, y empieza la llegada de Radio Ska. Ahora todo es cinematográfico, pero con música de fondo. Hay abrazos, festejos, chistes, muchas risas y mucha alegría. Entramos todos, y todos estamos ahí, listos para entrar en escena. Juan en consola, yo acomodando músicos, Eli repartiendo balas con la cámara. Radio Ska probando los instrumentos. Mandan a llamar a los chicos que están en las habitaciones, o porque no recibieron visitas, o porque prefirieron quedarse con las visitas en su pieza. El resto esta ahí abajo donde estamos nosotros, con sus familias. Hay Padres, Madres, hermanos, hermanitos. Están también algunos familiares de las maravillosas personas que trabajan en el San mar, porque el San Mar es así, un refugio, un lugar de encuentro para todos, y quienes trabajan allí, lo saben, lo sienten así, y por eso sus familias también comparten algún tiempo con ellos en la institución. Se ubican tres hileras de bancos, se arma la ceremonia del espectáculo, que es lo que más le gusta a Xfiados, armar la ceremonia del espectáculo donde generalmente no hay espectáculos. Todos están en sus plateas, y comienza la función.

Foto: Elizabeth Taylor

Radio Ska toca Ska. Nadie o casi nadie en el San Mar escucho ska en su vida. Muchos probablemente nunca vuelvan a hacerlo. Otros muchos nunca vieron un saxo, y ese día, hay tres, de diferentes tamaños, con diferentes registros sonoros. Hay también algo extravagante, único: Un contrabajo. Es gigante. Que buen instrumento. Hay percusión. Hay una trompeta, y hay, como siempre, una guitarra, una batería, un teclado. Los Radio Ska no tienen cantante, eso hace mas agónico el contacto. La vice los presento de forma adecuada, atinada, clara, pero no alcanzo. Nadie decodifica en palabras muchas cosas que pareciera que necesitan ser explicadas, mucho mas si nadie antes escucho Ska y esos instrumentos. Nos vamos dando cuenta de eso de a poco. Los pibes desde el primer tema mueven los pies, el cuerpo, sonríen, a veces baten palmas, pero algo los desconcierta un poco, y eso se celebra, porque la vice dice que le parece bien que escuchen algo distinto. Decido hablar, con el aval de mis hermanos xfiados, a raíz de que un pibe pregunta “como se baila el ska”. Agarro el micrófono, comparto la pregunta con todos, y la respondo, "no se". Y explico que nadie sabe como se baila ska. Cada uno lo hace como quiere. Con el hombro, con los pies, con el corazón, con la cabeza. Y que inclusive no hace falta bailarlo. Que quizás con escuchar y mirar estos instrumentos y ver como suenan por ahí esta bueno también. Que cada uno haga lo que se le cante, digamos. Todos queremos que los pibes bailen y sea una fiesta, pero ellos siguen ahí, atornillados a los bancos, y es bueno saber, que cuando eso pasa, no quiere decir que no la estén pasando bárbaro. Alguien vino a verlos, a tocar para ellos, a darles algo que se cocino en otro lugar, y se entrega caliente y rico con una sonrisa en el alma. Y eso los mantiene atornillados, y bailar es un tema menor. Que importa si se baila o no se baila cuando te dan algo que te impide irte porque esta bueno recibirlo. Radio Ska lo sabe, y continua tocando y desplegando todo su arte.

Eli saca fotos. Es un capítulo aparte. Es un show aparte. La escena que describo a continuación se repetirá desde el principio hasta el final mas de 50 veces sin mentir: 1) Ellos la llaman, demandan su atención. 2) Se ponen para la foto. Abrazan a un compañero, sonríen, eligen una pose que quede eternizada en una foto. 3) Eli les saca la foto, y media milésima de segundo después de haber gatillado los pibes le piden que les muestre como salió. 4) La foto se vuelve a repetir. Sienten mucho placer al verse, al ser vistos, al mirarse, al mirar, al ser mirados. Reconocerse en otros, ante la mirada de un alguien que les devuelve una sonrisa, comprobando que son sujetos deseados, queridos, amados. Mirados por Eli y el lente de su cámara que no para de mirarlos.

Foto: Elizabeth Taylor

Estamos a tres cuarto de recital. Comenzó a las 11:10, va a terminar a las 12:10. A las 11:50, tomo el micrófono nuevamente y comienzo a presentar los músicos, y sus instrumentos. Nos detenemos en cada instrumento, cada músico explica cómo funciona, que hace, porque, para que, y luego de hacerlo, ese instrumento interpreta a solas una melodía. Es maravilloso, pedagógico, instructivo. Esclarece muchas cosas, pero también es una oportunidad para conectar. El trompeta hace sonar la cumbia "mi pollera amarilla" y la tribuna se pone de fiesta. Es obvio que aman la cumbia, y agradecidos están que aparezca algo de eso. Otro saxo hace sonar la pantera rosa, y desata aplausos también, suena "Oh Susana" en el saxo de María Laura. Suena la bata, el contrabajo, el teclado con sonidos extravagantes, suena la guitarra. El percusionista toca todos sus tambores y explica cómo suena cada uno paso por paso. Explica también como suenan los instrumentos de percusión que en temas anteriores decidimos repartir entre los chicos, y que ansiosos levantaban la mano para que les demos uno cuando comenzamos a repartirlos. Fue maravilloso ese momento. Ellos también querían tocar, ver como sonaban. Al porfiado de Juan se le encendió algo en los ojos y dijo "tenemos que tener un baúl lleno de instrumentos de percusión para repartir en medio de los shows". Se inscribe en la lista de objetivos xfiados.

La explicación de cómo son los instrumentos a cargo de cada uno de los músicos es un éxito. Los pibes terminan de aprobar la actividad como algo que estuvo buenísimo. Después de eso se animan a hablar mucho más. Termina el show, la desconcentración es alegre, ordenada, relajada, todos estamos contentos. Los pibes se acercan, le tocan los instrumentos a los Radio Ska, los agitan un poco, pero con onda, porque se ve que una manera de acercarse es esa, el agite, el agite, pero que rápidamente se transforma en ternura. Todos quedan hablando con un subgrupo de chicos a su alrededor. Yo quedo con un par a los que pretendo decirles que si haces música te quedas así, como inspirado, y que no te hace falta nada para estar inspirado si haces música, solo eso, música. No me creen, pero les instalo la sospecha de que puede llegar a ser así, porque de hecho, es así. Los radio ska piden conocer la institución. La recorren, emocionados vuelven, están re contentos, no podemos ni hablar, estamos extasiados de San Mar. No podemos ni hablar. Pero rápidamente todos se recomponen, la realidad manda, hay que irse, hay que cargar cosas, hay que volver. Si, hay que volver al San Mar, lo pide Radio Ska, lo piden los pibes, lo pide la vice, lo pide Xfiados.

Terminamos todo, dejamos dos Radio Ska en San Telmo, y Eli baja también. Juan, José, y yo, volvemos a casa, guardamos las cosas, nos prometemos volver a pronto. Todos reflexionaremos al respecto de la experiencia. Juan dirá que avanzamos con toda la fuerza hacia la responsabilidad de sanar de alguna forma, y de hacer el intento de rescatar a aquel que está atrapado en la prisión de la culpa. Dirá que tenemos la necesidad de llegar ahí y de bailar, de reírnos con ellos de nosotros mismos, de compartir todo lo que produce la música junto a ellos, para en fin gritar con la voz más fuerte en un silencio ensordecedor: ¡La culpa es de todos! No de ustedes solos. Juan dirá que ese es el trabajo con más vacantes disponibles. "Son Pibes", insistirá, ríen como pibes, juegan como pibes, se tocan como pibes, se molestan como pibes; como vos, como yo, como ella, como aquel, como los que se escucha jugar en la calle. José lo sabe mejor que nadie, como también lo sabe Paula. Y como todos los que conocimos ahí. También lo sabe Radio Ska. Los pibes aprenden, porque eso son: pibes, y el que no lo sabe, el que no lo aprende, el que no comprende que son pibes, es uno de esos que ha sumado una vacante mas en este trabajo interminable. Eli hablara con las fotos, y nos dejara mudo a todos, tanto como a ella, y su emoción. El San Mar nos atravesó de lado a lado.

Estamos molidos, pero felices, anoche con Juan estuvimos hasta las tres y media en el tributo a Alejandro Lafleur, líder de Carniceros, profesor de Sociología en la UBA, vagabundo, drogadicto, loco, inteligente, autor de un libro que escribió durante sus tres años de estadía en la cárcel, acerca de la institución carcelaria. Y también de una canción tan bella como Batumba cha cha. Aquí va mi homenaje, porque no podía estar ausente en esta crónica. Se nos fue hace dos meses, y puedo decir muchas cosas de el, pero me quedo algo que el hacía. El te promovía que llegues todo el tiempo a una la conclusión de que todo lo tenés que hacer por tus propios medios. Te decía que el mundo está construido de tal forma, que quizás, la única manera en que se puede producir una transformación es desde uno. Si, ya se, es una pavada, pero hay que ver como lo decía, hay que ver como sonaba en su boca una palabra que nunca escuche hacer sonar de la misma manera en boca de otro: Libertad.

Por Tomate

Foto: Elizabeth Taylor

domingo, 14 de noviembre de 2010

Juan con Quién en el Hogar Kaupé


El recital se hizo el 12 de noviembre en el largo salón del Hogar Kaupé donde las mujeres alojadas pasan los días mirando televisión, charlando, preparando comida, comiendo, asistiendo a algún taller, arreglando ropa donada para que llegue en condiciones a quienes la usarán.

En ese lugar ha quedado fija la decoración de la primavera. Del techo cuelgan cintas y grandes mariposas de papel, en las paredes siguen estallando flores de colores excitados. En las paredes también hay matafuegos y planos de emergencia, planillas de horarios que organizan a quiénes les tocan diferentes tareas cada día, dibujos, frases, avisos varios. Uno dice que una agencia incorpora personal doméstico.

Fotos: Vero Cozzi

Es viernes. Con responsabilizada puntualidad llega Juancito a las siete de la tarde con sus músicos invitados. “Esta banda se llama Juan con Quien, dirá más tarde, pero hoy los Quién se llaman Nahuel Monteagudo, que hará la percusión, y Mauricio De Ambrosi, que tocará el saxo soprano”.

La señora E. se acerca parsimoniosamente y pregunta con corrección si no tocará la señorita “que cantó en el último recital, se me fue el nombre, disculpe”.
“Eugenia”.
“Sí, Eugenia”.
Le explicamos que hoy no le toca. “Qué pena”, dice, hace un breve silencio y luego pregunta por “la otra chica, la que tocaba el bandoneón”, y pregunta por Maite, por Susana, por Cynthia, por Diego, por Fernando, por Liz… por Loreley (la señora E. ama a Loreley). Pregunta siempre por cada una de las personas que han ido una vez. La señora E. pasó mucho tiempo en la calle, quizás años, y ahora tiene esta casa. Con las demás habitantes, hacen hogar. Saben hacer hogar. Lo hacen cuando albergan, identificando el nombre de cada persona que llegó de visita, preguntando cómo anda, mandándole decir que lo esperan, enviándole este mensaje: “hacemos lugar para vos aquí”. Las coordinadoras se ocuparon de advertirnos cuidadosamente esto cuando empezamos el taller de cuentos, “cuidado que no es un «toco y me voy». Ellas hacen lazos”.

Tomate, con su entrega desaforada, es un personaje totalmente incorporado por las habitantes. Lo hicieron Señor Tomate y su corazón animal no se negó jamás. Tomate interrumpiendo la canción que tocaba para atender el teléfono. Tomate sacando el agua que inundó el salón con un secador de piso. Tomate escuchando a cada una por el resto de la eternidad. Tomate mimándolas, concediéndoles todo, malcriándolas, cantando siete veces en un recital el tema que le piden. Cómo no habría una ovación cuando Juan invitó a Tomate al escenario como músico invitado.

Juancito fue en calidad de músico y en calidad de porfiado. Los X fiAdos somos el equipo que organiza recitales como este, en lugares donde se aloja a personas que no tienen donde vivir o por la fuerza. En nuestras reuniones perdemos profesionalmente el tiempo y lo que queda nos ponemos operativos con los conciertos y también debatimos algunos temas. Uno de los debates que construimos se concentra en el repertorio: ¿es mejor que las bandas lleven un repertorio de temas propios o que lleven un repertorio concesivo? Esto conlleva la pregunta: ¿llevamos música y «que la aprecien aunque no la conozcan» o usamos la música como prenda de amistad y entonces hacemos temas «que sepamos todos»? Es un debate que se presta a discusiones acaloradas y que revuelve muchas cosas. Esa noche en el Hogar Kaupé Juancito tomó posición definida: “Vamos a tocar temas que a lo mejor no conocen. Las invitamos a que los conozcan”. (Las habitantes del Kaupé, sin embargo conocerían algunos temas, autores —“eso es de Drexler, ¿quién no lo conoce?”— y observaron, “¿cómo no vamos a conocer la música brasileña?”. La realidad reina).

Un segundo indicio de que Juan es un X FiAdo fue el dominio formidable que tuvo de todo el recital, lo que resultó en una soltura encantadora y confortable. Desde el primer tema Juan se comió la cancha. Sus músicos, subidos a la onda, se largaron y tocaron maravillosamente. El recital comenzó con Juan pidiéndole a Mauricio que explicara qué era, cómo sonaba, el saxo soprano que tocaría, y terminó con la señora Ch. pidiendo ver un charango de cerca, porque sólo los conocía por la televisión. Mauricio se explayó con el saxo y Nahuel conquistó el clima con sus manos creativas del principio al fin, batiendo, tamborileando, peinando, golpeteando de incontables maneras los cueros de una conga y un bongó.

Fotos: Vero Cozzi

En la temperatura del recital Tomate jugó una pieza importante, ubicándose estratégicamente en medio del público y haciendo palmas, vivando y aplaudiendo desde ahí. Uno de la casa. Charla con las alojadas, les guiña el ojo, les sonríe. La señora E. le habla; no oigo qué le dice, pero sí escucho la respuesta de Tomate: “Voçé é a Garota de Ipanema!”

Fotos: Vero Cozzi

Entre el clamor de la música a todo trapo, Juan llegó a escuchar a C. canturreando con él. “Parece que hay gente que sabía este tema”, diría, mientras C. sonreía en la primera fila, con sus anteojos negros. Pero C. siempre sonríe cuando algo la hace feliz, y la hacen feliz muchas cosas, y en el recital anterior Eugenia se había asombrado de que C. conociera todos los temas, hasta que la sorpresa se tornó incredulidad cuando C. cantaba un tema de Eugenia: no había forma de que lo hubiera escuchado. Descubrimos así la portentosa habilidad de C. de cantar prácticamente al mismo tiempo que el cantante, cual sea el tema que esté cantando.
En medio de la soltura, sonó el timbre y el recital debió interrumpirse porque el escenario estaba entre la puerta de calle y el público: había llegado Maite, aparatosamente, con bicicleta galáctica e hijo con indumentaria de Power Ranger Rojo y casco de astronauta que hacía juego con el peinado hacia el cielo de Maite. Aplauso estruendoso del público, incluido coro “Olééé-olé-olé-olé, Maitéééé, Maitéééé”. El petizo, bajado de la bicicleta, inmediatamente adquirió la posición de lucha de un Power Ranger Rojo y castigó a Tomate.

En ese momento Juan liberaba todo su amor por hacer música, se daba el gusto de crear ese estado singular que se crea con la música, bailando con el paso de reggae. Radiante, tan radiante y encantada como él, la señora S. imitaba el paso sentada en una silla. Ya lo dijimos en otra crónica, la señora S. es sorda. Pero la música ya no tenía límites a esa altura, todos bailoteábamos y nos reíamos. Los tres músicos tocaban como si fueran cien, para un público que en lugar de siete mujeres, eran diez mil fans.

Fotos: Vero Cozzi